sábado, 2 de marzo de 2013

El papel del Sol en la vida espiritual



 Omraam Mikhael Aivanhov
La búsqueda de nuestro propio centro

Nuestro Sol es el centro de todo un sistema planetario, al que sostiene, organiza y vivifica. Si el movimiento de los planetas es considerado como la imagen misma de la armonía universal es precisamente porque los planetas giran alrededor de un centro que mantiene este equilibrio maravilloso. Si el Sol desapareciera del lugar que le corresponde, en el centro, sería un caos. Y ocurre igual con nuestra vida interior: mientras no tengamos un centro que mantenga, equilibre y coordine los movimientos de la periferia, es decir, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros actos, no podemos tener una vida y una actividad armoniosas, constructivas. Es la razón por la que vamos por la mañana a contemplar la salida del Sol, para hacer un ejercicio de una gran importancia. Mirando el Sol, al esforzarnos en identificarnos con él, poco a poco encontramos nuestro propio centro.


El Sol nos enseña la religión y la fraternidad universal  (Extracto de las Obras completas, Tomo 22)

La verdadera religión enseña que los humanos deben acercarse a la luz, al calor y a la vida del Sol, es decir, buscar la sabiduría que ilumina y resuelve los problemas, el amor desinteresado que embellece, anima y consuela, la vida sutil y espiritual que nos hace activos, dinámicos y audaces, a fin de realizar sobre la Tierra el Reino de Dios y su Justicia. Por eso nadie puede combatir esta religión; si intentamos destruirla, nos destruimos a nosotros mismos, porque nos limitamos. Cuando esta comprensión de una religión universal penetre los espíritus, toda la organización de la vida será universal: ya no habrá separaciones entre los humanos, ni fronteras, ni guerras. Es preciso que todos aceptemos la religión y la fraternidad universales que nos enseña el Sol. Conociendo al Sol en sus manifestaciones sublimes de luz, de calor y de vida, los humanos se acercarán cada vez más a la Divinidad, y la Tierra llegará a ser un jardín del paraíso donde todos los hombres vivirán como hermanos.


El Sol es la mejor ilustración del amor divino

El Sol brilla, y brilla sin preocuparse por saber si las criaturas a las que envía sus rayos son inteligentes o estúpidas, buenas o criminales, si merecen o no sus beneficios: las ilumina a todas sin distinción. Por eso se puede decir que el Sol es la mejor ilustración del amor divino. Considerad incluso los seres más extraordinarios que han existido en la Tierra: todos han tenido algunas predilecciones, algunas preferencias o incluso algunas animosidades. Sí, ni siquiera los más grandes profetas, los más grandes Maestros, han podido liberarse completamente de la necesidad de aplicar la ley de justicia y de castigar a los malvados, porque esto es lo más difícil.
Sólo el Sol considera a los humanos como Dios mismo. Sabe que son chispas divinas que volverán algún día al seno del Eterno. Por eso, desde hace miles de años tiene la paciencia de seguir calentándoles, iluminándoles, vivificándoles. ¿No basta este ejemplo para estimularnos?


La imagen de la perfección es el Sol

… La imagen de la perfección es el Sol; y si lo consideráis como modelo, con el deseo de iluminar, calentar y vivificar como él a las criaturas, vais a transformaros. Nunca obtendréis la luz, el calor y la vida del Sol, es evidente, pero sólo el deseo de adquirirlos ya os proyectará a las regiones celestiales, donde haréis maravillas.
El deseo de dar la luz, el calor y la vida es lo que os hará más luminosos, más calurosos, más vivos.


El hombre necesita amar a Dios

Al igual que el Sol, Dios nos da todas sus bendiciones, pero si le cerramos nuestro corazón, no las recibiremos. ¿Por qué abrir nuestro corazón a Dios? En realidad Dios no necesita nuestro amor, pero ha construido al hombre de tal manera que es éste quien necesita amar a Dios, es decir abrirse para que Dios pueda penetrar en él. Si no se abre o si prefiere seguir bajo las nubes, es libre, por supuesto, Dios le deja hacer. Diréis: «De acuerdo, Dios le deja hacer, pero se irrita y le castiga.» ¡En absoluto! Dios tiene otras muchas cosas que hacer que castigar o recompensar a los humanos. Son éstos los que, con su buena o mala actitud, desencadenan en su corazón y en su alma estados armoniosos o desarmoniosos, que les hacen pensar que Dios les protege y les sonríe, o bien les abandona y les castiga.


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